lunes, 15 de octubre de 2012

En el lugar de lo innombrable



Babel es sólo un nombre, una palabra; una de las tantas que se repite incansablemente en aquella a la cual nadie se animó jamás a nombrar, la biblioteca más inmensa que haya existido, donde muchos de los mejores hombres, si es que los hay, se han perdido en cuestión de minutos. Donde otros tantos, en su afán de dominio, se han ahogado en ella o han prendido fuego grandes extensiones de ella en su impotencia; inútilmente por supuesto, ya que más allá de toda tinta y papel, las palabras no se queman. Allí, en el mismísimo lugar de lo innombrable y sin embargo donde todo se nombra, donde la ortografía y la gramática son la carcajada. Es allí donde se cree, por murmullos que se hicieron rumores que luego se hicieron mito, y del mito regresaron al rumor, que entre los tantos ejemplares, hay un libro de páginas sin número. Sólo conjeturas son las más fehacientes certezas que se han conseguido, y salta a la vista la contradicción a la hora de argumentar por su existencia o negación. Lo cierto es que aunque tan sólo sea la efímera y confusa sombra de un probable, la sola idea existe; y es así que existe el que muchos llaman “El libro perdido”.
Poco sentido tiene hablar de él, y sin embargo una vez que se ha oído mención, no podemos más que buscarlo. Tal vez sea su condición de perdido o su insinuación de prohibido lo que tanto nos seduce al fin. Incluso a quienes rotundamente niegan su existencia, hemos visto en innumerables ocasiones, de reojo y en disimulo, atisbando el milagro. Se han escrito incluso libros de libros de libros que hablan de él y así de dificultoso se torna su hallazgo; me lleva a pensar quizás que el no hablar de él, tal vez sea el camino más corto. Lo cierto es que si bien nadie jamás tuvo acceso a sus letras, son ellas la incógnita más remota desde que el hombre es hombre. ¿Y si allí no hay nada escrito?
Recuerdo una noche lluviosa de esas donde sólo la lluvia y la suave brisa parecen existir, en el interior de un vagón de tren, una mujer de años vividos con la mirada atravesando el vidrio frío y salpicado, y el cuerpo buscando el tibio encuentro de quien viajaba a su lado, confesó a su compañero- “viejo, somos poesía mirando la lluvia”-. También recuerdo que recordé en ese preciso instante, que Babel es sólo un nombre; uno más de tantos, allí en el mismísimo lugar de lo innombrable.
Y más allá del cristal, más allá de la calle que acompaña las mojadas vías, más allá de la noche, más allá  del oculto horizonte, el universo se expande sin reparar en el hombre. Y cuando esta sucesión de palabras culmine en un punto final y pase a formar parte de la biblioteca, todo seguirá igual. El libro perdido, la pregunta abierta, los ojos expectantes y la mente insomne.