Babel
es sólo un nombre, una palabra; una de las tantas que se repite incansablemente
en aquella a la cual nadie se animó jamás a nombrar, la biblioteca más inmensa
que haya existido, donde muchos de los mejores hombres, si es que los hay, se
han perdido en cuestión de minutos. Donde otros tantos, en su afán de dominio,
se han ahogado en ella o han prendido fuego grandes extensiones de ella en su
impotencia; inútilmente por supuesto, ya que más allá de toda tinta y papel,
las palabras no se queman. Allí, en el mismísimo lugar de lo innombrable y sin
embargo donde todo se nombra, donde la ortografía y la gramática son la
carcajada. Es allí donde se cree, por murmullos que se hicieron rumores que
luego se hicieron mito, y del mito regresaron al rumor, que entre los tantos
ejemplares, hay un libro de páginas sin número. Sólo conjeturas son las más
fehacientes certezas que se han conseguido, y salta a la vista la contradicción
a la hora de argumentar por su existencia o negación. Lo cierto es que aunque
tan sólo sea la efímera y confusa sombra de un probable, la sola idea existe; y
es así que existe el que muchos llaman “El libro perdido”.
Poco
sentido tiene hablar de él, y sin embargo una vez que se ha oído mención, no
podemos más que buscarlo. Tal vez sea su condición de perdido o su insinuación
de prohibido lo que tanto nos seduce al fin. Incluso a quienes rotundamente
niegan su existencia, hemos visto en innumerables ocasiones, de reojo y en
disimulo, atisbando el milagro. Se han escrito incluso libros de libros de
libros que hablan de él y así de dificultoso se torna su hallazgo; me lleva a
pensar quizás que el no hablar de él, tal vez sea el camino más corto. Lo
cierto es que si bien nadie jamás tuvo acceso a sus letras, son ellas la
incógnita más remota desde que el hombre es hombre. ¿Y si allí no hay nada
escrito?
Recuerdo
una noche lluviosa de esas donde sólo la lluvia y la suave brisa parecen
existir, en el interior de un vagón de tren, una mujer de años vividos con la mirada
atravesando el vidrio frío y salpicado, y el cuerpo buscando el tibio encuentro
de quien viajaba a su lado, confesó a su compañero- “viejo, somos poesía
mirando la lluvia”-. También recuerdo que recordé en ese preciso instante, que Babel
es sólo un nombre; uno más de tantos, allí en el mismísimo lugar de lo
innombrable.
Y
más allá del cristal, más allá de la calle que acompaña las mojadas vías, más
allá de la noche, más allá del oculto
horizonte, el universo se expande sin reparar en el hombre. Y cuando esta
sucesión de palabras culmine en un punto final y pase a formar parte de la
biblioteca, todo seguirá igual. El libro perdido, la pregunta abierta, los ojos
expectantes y la mente insomne.