lunes, 12 de marzo de 2012

Frio eterno



1

Mucho Tiempo había pasado desde la última vez que había tenido la oportunidad de presenciar un anochecer tan hermoso como el de aquel día. Encerrado en mis pensamientos y con la arena masajeándome los pies, me perdí observando el frío mar argentino. El sol, tras los grandes médanos, lentamente se fue escondiendo mientras que al mismo tiempo una brisa fresca y suave se hizo presente. El sereno ruido del mar me invitaba a seguir caminando.
De repente aquel paraíso en el cual me encontraba desapareció; oí gritos, gritos que pedían desesperadamente ayuda. Volteé la mirada hacia el mar y a lo lejos alcancé a ver a un chico luchando contra las brutales aguas, me sorprendió que allá podido escucharlo a pesar de la distancia que nos separaba el uno del otro. Pero mientras me sacaba la remera para socorrer al joven algo realmente asombroso ocurrió. Todo, absolutamente todo quedó congelado; las nubes, el viento, el mar e incluso la temperatura se detuvo. No hacia ni frío ni calor. Al vez mi reloj me di cuenta de que las agujas ya no giraban; mirando a mis costados nada se movía, tampoco nada se oía.
De pronto me di vuelta y vi un hombre que caminaba hacia mi, lo extraño era que lo hacia sin tocar el suelo. Era calvo y de piel obscura, vestía ropa negra. Al acercarse pude notar en el las facciones más raras que se hallan visto, y un extraño brillo escarlata en sus ojos. Podía sentir la sangre recorriendo mis venas y arterias.
De pronto, cuando ya se encontraba lo suficientemente cerca, habló:
- déjalo morir- susurró y a la vez aturdió mis oídos.
En ese instante recordé al chico que aun estaba en el agua del cual me había olvidado completamente.
- No - le contesté simplemente.
- No te estoy dando a elegir- me dijo luego de reír- déjalo morir.
- prefiero yo morirme hoy, que ahogarme mañana en mi conciencia. No puedo simplemente dejarlo morir.
Una leve sonrisa se puso en su rostro y siguió diciendo:
-¡conciencia! Ja, ja. ¿No estas cansado de ser un esclavo? Siempre esta ahí como pesadas cadenas enredadas en tu cuello, oprimen tus venas todos los días. Rómpelas. Yo puedo darte verdadera libertad, déjalo morir.
-¡Nooo! ¡No puedo!-grite desaforadamente- No lo haré.
- piensa que tu no lo mataste, tu no lo empujaste al mar- me susurro al oído y continuó- Hagamos un trato, puedo darte lo que vos me pidas, puedo librarte de tu conciencia por ejemplo; o que tal si te revelo los más grandes secretos. Riquezas, poder, puedo darte cualquier cosa.
En ese momento una verdadera batalla se había desatado en mi mente; por qué a mi, qué es lo que quiere, qué es lo que quiero yo. Estaba al borde de la locura, conocí lo que es tener miedo de verdad. Mi cuerpo sudaba y mi mente estaba por quebrarse , mientras su mirada seguía perforando mis ojos y el color escarlata me confundía. Entonces caí.
- que tal vida eterna-.
El misterioso hombre sonrió.



2

La incomoda luz del amanecer me despertó aquella mañana bajo el inmenso cielo azul. Caminé hacia la orilla, me mojé los pies y lave mi cara; mientras, a pesar de intentar evitarlo, pensaba en lo que había ocurrido recientemente y aquellos ojos escarlata que se encontraban fijos en mi memoria. Una vez despierto del todo podía ver más claro, aunque en realidad no terminaba de entender lo que había vivido. Seguí caminando mar adentro asta que el agua llego hasta mis rodillas, y me detuve para ver en el horizonte el encuentro entre el cielo y el mar; aquellos inmensos mantos azules. Podía escuchar gritos de auxilio pero estaban solo en mi cabeza ya que no había nadie más allí.
Luego de un rato emprendí mi regreso a casa. Mis pensamientos hacían lo imposible para convencerme de que había sido todo solo un sueño del cual ya había despertado, pero yo bien sabía que no había sido así.
Después de aquel día, todo transcurrió con normalidad; Mi vida había vuelto a ser la de antes. Preferí no decirle nada de lo ocurrido a nadie, quizás por miedo a que no e creyeran, quizás por miedo a pensar en ello. Lo cierto en que solo yo lo se.
Finalmente después de algunos meses de aquel día ocurrió lo inesperado. Luego de un largo sueño desperté encontrando frente a mí al abrir los ojos tan solo un infinito fondo negro. Con miedo a confirmar lo que tanto me temía, estiré los brazos hacia arriba, y sin llegar a extenderlos por completo me encontré con un firme tablón a poca distancia de mí. Posiblemente sobre ella se encontraran dos metros de tierra.
Duro de espanto me quede por unos minutos contemplando el negro espacio que al parecer sería mi nuevo cielo asta el día de mi muerte.

3

Luego comenzó la desesperación, golpee con mis puños hasta más no poder las paredes del cajón y pude sentir la sangre chorrear por mis nudillos. Con brazos y piernas luche por salir de aquel encierro, para tan solo desgarrar mis músculos y quebrar algunos de mis huesos. Ahora mi cuerpo inválido solo servía para llevar a mi alma aquel terrible dolor que no podría explicar solo con palabras.
Solo podía pensar en la promesa que me había hecho el hombre de los ojos escarlata, aquella promesa de vida eterna. Me asustaba pensar en lo que vendría luego y en como iba a terminar; o por qué no, si algún día terminaría.
Me repugna pensar en lo que pasó después. Acompañado por un fuerte olor vomitivo, comenzó el periodo de putrefacción y atraídos por aquel fuerte olor, comenzaron a llegar los gusanos los cuales lentamente se fueron metiendo entre las ropas ya gastadas por el paso del tiempo. Podía sentir sus húmedos cuerpos resbalando sobre mi piel sin poder nada al respecto ya que, como he dicho antes, mis músculos se encontraban totalmente destrozados. Ya no tenía fuerzas ni para secar las lágrimas que corrían por el costado de mi rostro.
Los gusanos fueron creciendo en número y también fue creciendo el dolor, ya no caminaban solo por mi piel, sino que caminaban dentro de mí. Sentía como avanzaban entre mis músculos y como salían y entraban por mi boca.
El lugar cada vez se hacia más frío e insoportable. Ya solo quedaban mis huesos en mal estado y algunos restos de carne ya podrida. Increíblemente yo seguía allí, no se como pero yo seguía allí. La espera se hacía aun más insoportable y agobiante con el recuerdo de aquel día y aquellos ojos diabólicos y enfermizos que no dejaban de mirarme.
Finalmente mis huesos se hicieron polvo muy lentamente y fui sintiendo que cada vez más un frío inexplicable me rodeaba. Nada olía, nada veía, nada oía; solo existía. Solo sentía un fuerte dolor que crecía minuto a minuto y una brisa fría que me torturaba y me recordaba que aun estaba allí.
Un frío eterno.

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