1
Mucho Tiempo había
pasado desde la última vez que había tenido la oportunidad de presenciar un
anochecer tan hermoso como el de aquel día. Encerrado en mis pensamientos y con
la arena masajeándome los pies, me perdí observando el frío mar argentino. El
sol, tras los grandes médanos, lentamente se fue escondiendo mientras que al
mismo tiempo una brisa fresca y suave se hizo presente. El sereno ruido del mar
me invitaba a seguir caminando.
De repente aquel
paraíso en el cual me encontraba desapareció; oí gritos, gritos que pedían
desesperadamente ayuda. Volteé la mirada hacia el mar y a lo lejos alcancé a
ver a un chico luchando contra las brutales aguas, me sorprendió que allá
podido escucharlo a pesar de la distancia que nos separaba el uno del otro.
Pero mientras me sacaba la remera para socorrer al joven algo realmente
asombroso ocurrió. Todo, absolutamente todo quedó congelado; las nubes, el
viento, el mar e incluso la temperatura se detuvo. No hacia ni frío ni calor.
Al vez mi reloj me di cuenta de que las agujas ya no giraban; mirando a mis
costados nada se movía, tampoco nada se oía.
De pronto me di
vuelta y vi un hombre que caminaba hacia mi, lo extraño era que lo hacia sin
tocar el suelo. Era calvo y de piel obscura, vestía ropa negra. Al acercarse
pude notar en el las facciones más raras que se hallan visto, y un extraño
brillo escarlata en sus ojos. Podía sentir la sangre recorriendo mis venas y
arterias.
De pronto, cuando ya
se encontraba lo suficientemente cerca, habló:
- déjalo morir-
susurró y a la vez aturdió mis oídos.
En ese instante
recordé al chico que aun estaba en el agua del cual me había olvidado
completamente.
- No - le contesté
simplemente.
- No te estoy dando a
elegir- me dijo luego de reír- déjalo morir.
- prefiero yo morirme
hoy, que ahogarme mañana en mi conciencia. No puedo simplemente dejarlo morir.
Una leve sonrisa se
puso en su rostro y siguió diciendo:
-¡conciencia! Ja, ja.
¿No estas cansado de ser un esclavo? Siempre esta ahí como pesadas cadenas
enredadas en tu cuello, oprimen tus venas todos los días. Rómpelas. Yo
puedo darte verdadera libertad, déjalo morir.
-¡Nooo! ¡No
puedo!-grite desaforadamente- No lo haré.
- piensa que tu no lo
mataste, tu no lo empujaste al mar- me susurro al oído y continuó- Hagamos un trato,
puedo darte lo que vos me pidas, puedo librarte de tu conciencia por ejemplo; o
que tal si te revelo los más grandes secretos. Riquezas, poder, puedo darte
cualquier cosa.
En ese momento una
verdadera batalla se había desatado en mi mente; por qué a mi, qué es lo que
quiere, qué es lo que quiero yo. Estaba al borde de la locura, conocí lo que es
tener miedo de verdad. Mi cuerpo sudaba y mi mente estaba por quebrarse ,
mientras su mirada seguía perforando mis ojos y el color escarlata me
confundía. Entonces caí.
- que tal vida
eterna-.
El misterioso hombre
sonrió.
2
La incomoda luz del
amanecer me despertó aquella mañana bajo el inmenso cielo azul. Caminé hacia la
orilla, me mojé los pies y lave mi cara; mientras, a pesar de intentar
evitarlo, pensaba en lo que había ocurrido recientemente y aquellos ojos
escarlata que se encontraban fijos en mi memoria. Una vez despierto del todo
podía ver más claro, aunque en realidad no terminaba de entender lo que había
vivido. Seguí caminando mar adentro asta que el agua llego hasta mis rodillas,
y me detuve para ver en el horizonte el encuentro entre el cielo y el mar;
aquellos inmensos mantos azules. Podía escuchar gritos de auxilio pero estaban
solo en mi cabeza ya que no había nadie más allí.
Luego de un rato
emprendí mi regreso a casa. Mis pensamientos hacían lo imposible para
convencerme de que había sido todo solo un sueño del cual ya había despertado,
pero yo bien sabía que no había sido así.
Después de aquel día,
todo transcurrió con normalidad; Mi vida había vuelto a ser la de antes.
Preferí no decirle nada de lo ocurrido a nadie, quizás por miedo a que no e
creyeran, quizás por miedo a pensar en ello. Lo cierto en que solo yo lo se.
Finalmente después de
algunos meses de aquel día ocurrió lo inesperado. Luego de un largo sueño
desperté encontrando frente a mí al abrir los ojos tan solo un infinito fondo
negro. Con miedo a confirmar lo que tanto me temía, estiré los brazos hacia
arriba, y sin llegar a extenderlos por completo me encontré con un firme tablón
a poca distancia de mí. Posiblemente sobre ella se encontraran dos metros de
tierra.
Duro de espanto me
quede por unos minutos contemplando el negro espacio que al parecer sería mi
nuevo cielo asta el día de mi muerte.
3
Luego comenzó la
desesperación, golpee con mis puños hasta más no poder las paredes del cajón y
pude sentir la sangre chorrear por mis nudillos. Con brazos y piernas luche por
salir de aquel encierro, para tan solo desgarrar mis músculos y quebrar algunos
de mis huesos. Ahora mi cuerpo inválido solo servía para llevar a mi alma aquel
terrible dolor que no podría explicar solo con palabras.
Solo podía pensar en
la promesa que me había hecho el hombre de los ojos escarlata, aquella promesa
de vida eterna. Me asustaba pensar en lo que vendría luego y en como iba a
terminar; o por qué no, si algún día terminaría.
Me repugna pensar en
lo que pasó después. Acompañado por un fuerte olor vomitivo, comenzó el periodo
de putrefacción y atraídos por aquel fuerte olor, comenzaron a llegar los
gusanos los cuales lentamente se fueron metiendo entre las ropas ya gastadas
por el paso del tiempo. Podía sentir sus húmedos cuerpos resbalando sobre mi
piel sin poder nada al respecto ya que, como he dicho antes, mis músculos se
encontraban totalmente destrozados. Ya no tenía fuerzas ni para secar las
lágrimas que corrían por el costado de mi rostro.
Los gusanos fueron
creciendo en número y también fue creciendo el dolor, ya no caminaban solo por
mi piel, sino que caminaban dentro de mí. Sentía como avanzaban entre mis
músculos y como salían y entraban por mi boca.
El lugar cada vez se
hacia más frío e insoportable. Ya solo quedaban mis huesos en mal estado y
algunos restos de carne ya podrida. Increíblemente yo seguía allí, no se como
pero yo seguía allí. La espera se hacía aun más insoportable y agobiante con el
recuerdo de aquel día y aquellos ojos diabólicos y enfermizos que no dejaban de
mirarme.
Finalmente mis huesos
se hicieron polvo muy lentamente y fui sintiendo que cada vez más un frío
inexplicable me rodeaba. Nada olía, nada veía, nada oía; solo existía. Solo
sentía un fuerte dolor que crecía minuto a minuto y una brisa fría que me
torturaba y me recordaba que aun estaba allí.
Un frío eterno.
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