lunes, 12 de marzo de 2012

La muerte en Bella Vista.




             Nací aquí en Bella vista y nunca pase fuera de ella mucho tiempo, conozco más que nadie este lugar y puedo decir con seguridad que es magnifico. Como en cualquier otro pueblo chico no hay secretos aquí, todo se sabe. Se podría decir que es un lugar de secretos que todos conocen, aunque en realidad, a veces no se sabe que es cierto y que no. Las señoras de aquí, incluyendo a mi madre, parecen no tener otra cosa más que hablar de lo que le sucede al resto. Sin embargo hay cosas de las cuales nunca se hablo porque en realidad nunca se supieron, todo tipo de cosas que casualmente son las de mayor importancia. En mi adolescencia yo fui testigo de una de ellas. Cuando el reconquista aun era navegable.      
        En ese entonces yo vivía con mi numerosa familia, como todas las de aquí, familia cristiana y según mi madre de mucha clase. Como ya dije, ella era una más de las que se pasaban el día hablando con las otras señoras. Si no era a la salida de misa era a la hora del té en la casa de alguna o en el club. Mi padre era corredor de regatas y muchas veces íbamos a verlo al club, aun hoy creo que las regatas eran más importantes para él que su propia familia. Yo era el anteúltimo de mis siete hermanos,  y la última es mi hermanita Luli dos años más chica, éramos cuatro varones y cuatro mujeres. Por desgracia era a mi a quien le tocaba usar los calzones del resto.
        Después estaba mi otro hermano que no era de sangre sino de emociones, Santiago, mi mejor amigo asta el día de hoy; Pasábamos todo el día juntos. El vivía solo con su madre viuda; que a pesar de serlo, por las noches no lloraba ni se sentía sola; y su criada, que era quien realmente le había cambiado los pañales a Santiago cuando era chico .En ese entonces paras mi su casa era el paraíso, podíamos hacer lo que quisiéramos sin que nadie nos dijera nada. Por aquella razón era que a mama no le gustaba que fuera y menos a dormir.
        Había una gran cantidad de cosas divertidas para hacer en Bella Vista en aquel tiempo. A veces íbamos al bosque y nos quedábamos allí asta que anochecía. Casi siempre íbamos con el resto de los chicos , Juan y Franco eran los que más nos acompañaban porque a ellos le encantaba el bosque; pero Miguel era el que menos iba, siempre encontraba alguna excusa para quedarse en su casa. Recuerdo que en vacaciones podíamos pasar el día entero allí entre los árboles, a veces hasta nos llevábamos el almuerzo para comerlo allá . Nunca voy a olvidarme de aquella vez en que Santi busco un sapo y se lo metió en la remera a Franco que se había quedado dormido junto a un árbol, la cara de susto que puso al despertarse fue motivo de risas para más de medio año. También recuerdo que siempre nos pasaba lo mismo, íbamos todos juntos y volvíamos separados; era inevitable perderse en la inmensidad del bosque.
       Otro lugar en el cual también pasábamos gran parte de nuestro tiempo era el río, especialmente en verano cuando el calor solo se podía aguantar allí. Pero lo malo del río era que siempre había mucha más gente que en el bosque, especialmente cerca del club de regatas También iba con mi familia los domingos a acompañar a mi padre, pero lo mejor era cuando íbamos con Santi de noche cuando ya todos dormían. Cuando oscurecía, antes de despedirnos y  volver a nuestras casas quedábamos en encontrarnos en algún lugar para luego ir al río, dejábamos la ropa en la orilla y nos tirábamos a nadar sin importar cuan fría estaba el agua ; solo en invierno y haciendo un gran esfuerzo nos mojábamos nada más que los pies.
        Casi nunca me descubrían, pero cuando lo hacían me daban un castigo como para recordarlo hasta el día de hoy; sin embargo valía la pena seguir escapándome. Nada me importaba, recuerdo una vez en que me dejaron sin comer el día entero pero ni eso alcanzó para escarmentarse.
        Otro gran reto lo recibí cuando nos fuimos con Santi caminando hasta la ciudad de San Miguel. El había escuchado que en la plaza frente a la catedral había una feria artesanal, y que allí siempre había gente y cosas para hacer. Fue una gran desilusión. Todo el pueblo nos estaba buscando , nunca vi a mi madre tan preocupada como aquel día ; preocupación que luego se convirtió en enojo y desembocó en una gran penitencia. En ese entonces envidiaba a Santiago, nunca lo retaban por nada.
        De más está decir que éramos chicos argentinos, y como tales pasamos nuestra juventud junto a una pelota de fútbol. Incontables son los partidos que jugamos en aquella canchita de tierra y arcos de madera que tan nuestra era. Entre nosotros o contra otro colegio, con pelota de cuero o con la chapita de alguna gaseosa; siempre había lugar para el fútbol. Definitivamente, Santi era el mejor de nosotros y esto fue causa de mi envidia, de las pocas veces que peleábamos la mayoría era por un penal mal cobrado, un gol en contra, o algo relacionado con el fútbol.
       A medida que pasó el tiempo, las caminatas se fueron haciendo cada vez más cortas y las charlas a la sombra de algún árbol se hicieron más largas. Por lo general íbamos a los árboles de la calle Francia, por donde veíamos pasar el viejo tren. Siempre hablábamos de nuestros problemas, los cuales con el tiempo se fueron haciendo más complejos. En ese momento lo único que nos preocupaba eran las chicas, los amigos, el colegio y otras cosas de chicos; y sobre eso por lo general se basaban nuestras charlas. En realidad no era que nos juntábamos a hablar, sino que siempre la conversación llegaba sola. Aprovechábamos también esos momentos para fumar sin que nadie nos viera.
     Me acuerdo que una vez a Santiago se le ocurrió que teníamos que tener alguna especie de amuleto compartido, siempre se le ocurrían aquellas cosas. Sin embargo por más ridículas que me parecían siempre le seguía el juego. Me acuerdo que agarró dos piedras, que según él eran idénticas, y luego las convirtió en colgantes con un hilo. Otra de esas ocurrencias que tenia Santiago era que cada vez que encontraba un lugar que nos gustara lo bautizaba como nuestro. Seguramente era alguna forma inconsciente para marcar el territorio o algo parecido.
      Pero todo esto no tiene importancia, o al menos solo la tiene para mi melancolía. Lo que si merece ser contado es lo que ocurrió aquella calurosa noche de Febrero. Como siempre lo hacíamos, acordamos un lugar para encontrarnos una vez que todos durmieran, para luego partir hacia el río con la luna como única compañera. Era el día ideal para hacerlo, hacia calor y estábamos más despiertos que nunca; pero en el camino me di cuenta de que a Santiago algo le pasaba. Lo notaba diferente; como si tuviera ganas de contarme algo pero no se animara. Finalmente, cuando llegamos a la orilla del río, soltó la pesada carga que llevaba encima liberando así su pena. Hacia tiempo que su madre pensaba en irse del pueblo, según Santi ella quería conocer gente nueva, se había cansado de conocer a todo el mundo y de que todos la conocieran. A partir de ese momento la noche fue otra.
    Por unos minutos nos quedamos en silencio mientras nos acercamos al agua para luego sentarnos. Ambos pensábamos que aquella iba a ser la ultima noche en la cual estuviéramos juntos en el río, pero nunca pensamos que sería por otra razón. Allí sentados nos quedamos hablando y terminamos acordándonos de los viejos tiempos, nuestros líos, nuestras aventuras, cada partido de fútbol, cada chiste.
      Mientras se sacaba la remera, Santi me dijo que hubiese querido vivir toda su vida en Bella Vista y envejecer rodeado de la gente que quería. Cuando terminé de pensar en lo que había dicho, el ya se había tirado al agua de bomba como, solía hacerlo. Inmediatamente empecé a desatar mis zapatillas para acompañarlo. Creo que nunca estuvimos en el agua tanto tiempo, ninguno de los dos quería salir y comenzar el camino de regreso porque sabíamos que seguramente esta sería la última vez. Recuerdo que salí y me senté en la orilla con los pies en el agua , el se quedó adentro mirando el cielo. En ese momento fue cuando ocurrió todo, la visita de alguien muy especial y de la cual solo nosotros dos fuimos testigos.
      La suave brisa que corría se detuvo de golpe y el río se transformó en un gran espejo en donde Santiago y la luna se reflejaban. Todo pasó tan lento que cada detalle quedo grabado en  mi memoria. De pronto una mujer apareció del otro lado del río, ambos la vimos e inmediatamente cruzamos las miradas para confirmar que aquello que estaba en frente nuestro no era producto de nuestra imaginación; después no volvimos a sacar los ojos de aquella mujer. Vestía con un manto negro y su piel y su cabello eran blancos como la luna que la alumbraba, era hermosa, era diferente. Al mirarla sentía una extraña sensación de paz y al mismo tiempo sentía temor.
        Caminó hacia el agua y sobre ella siguió avanzando muy lentamente, como si su cuerpo no tuviera peso. Iba decididamente hacia donde se encontraba Santiago, y el mismo destino tenía su mirada. Sus ojos no se despegaban de los de él. Yo seguía allí sentado en la orilla totalmente paralizado, mirando impactado lo que hacía la mujer que, juro, era la belleza en persona.
Al llegar frente a mi amigo frenó; y en ese instante él se levantó del agua como si mágicamente perdiera peso, al igual que ella ,hasta quedar afuera de la cintura para arriba. Sus miradas formaban un túnel infinito que iba mucho más allá de sus ojos. Después ella levantó su pálida mano y acarició la cara de Santi, quien la miraba hipnotizado por su encanto. Ella giró su cabeza, me miró sonriendo con expresión de alegría; luego volvió a mirar a Santiago, y en ese instante, el se hundió en el agua como una pesada piedra. Nunca más lo volví a ver.

      Me quedé solo allí sentado sin saber en que pensar, hasta que finalmente solté una lágrima. Era extraño, sentí tristeza pero sabía que no había razón para tenerla; sentía calma, como si aquello hubiese tenido que pasar; y sentía miedo como cualquiera que se encuentra frente a algo nuevo. Lamentablemente ya no había nada que hacer. Agarré su ropa, junto con el colgante que él había dejado arriba de ella, y volví a casa. Al día siguiente fui al árbol de la avenida Francia en el cual siempre nos juntábamos a hablar, hice un pequeño pozo y enterré allí los dos colgantes que saqué del bolsillo. En ese momento comprendí que aquel sería el lugar al cual iría cuando quisiera hablar con el; como siempre lo hacíamos.                                                                              Esa misma tarde todo el pueblo empezó a preguntarse por él, pensaron que se había escapado. Su madre era la que menos preocupada parecía estar, era como si no le hubiese importado. Al día siguiente armo su bolso y se fue del lugar para nunca más volver.
        Yo nunca hablé con nadie sobre lo que en verdad pasó aquel día hasta hoy, de todos modos quien iba a creerlo. Sin embargo cada día pienso en ello.
A lo largo de toda mi vida traté de representar y traer de vuelta la imagen de aquella mujer en vano, parte de mi quería profundamente volver  a verla. Aprendí sobre artes plásticas para poder pintar las suaves curvas de su rostro sin tener éxito; estudié música para recrear la calma de su mirada, pero me fue imposible; me hundí en lo más profundo de la poesía para describir sus ojos, pero nuevamente fracasé. Nada hasta ahora se compara con semejante hermosura.
      No creo que ella vuelva a pisar el pueblo otra vez, ni tampoco que lo haya pisado antes. De todos modos, mis canas y mis arrugas me dicen que cada vez falta menos para que nos reunamos ypueda nuevamente verla frente a mi, y para que vuelva a ver a Santiago y podamos escaparnos juntos otra vez. Es raro pero no la culpo por habérselo llevado tan rápido, seguramente debe haber tenido sus razones.

 


Año 2005, Bella Vista.

Tirado bajo un árbol del boulevard de la avenida Francia, un joven muchacho tomaba los últimos tragos que quedaban de una botella de vodka intentando olvidar sus problemas.                  Luego arrojó la botella vacía hacia las vías del tren sin que ésta llegue a chocar con los duros rieles. El ya no pensaba en nada, su organismo ya no se lo permitía. Cuando jugaba sin darse cuenta con la tierra sobre la cual se encontraba, encontró en ella un colgante con una piedra. Siguió jugando y encontró otro igual al anterior. Fue en ese mismo momento cuando a pesar del mareo pudo ver la figura de una mujer que se acercaba a el por el medio del boulevard; era una mujer hermosa, que vestía con un manto negro. Se paró junto a él y extendió su mano pidiéndole los colgantes, “esto es mío” le dijo al mismo tiempo que se los quitaba de la mano. Luego se despidió: “cierra los ojos y descansa que te hará bien, necesitas un poco de paz”.
Entre los árboles de la avenida Francia, en esa negra noche, aquella hermosa mujer de cabello blanco caminó y se perdió en la oscuridad, con un colgante en su cuello; con una piedra de Bella Vista.

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