Nací aquí en Bella vista y nunca
pase fuera de ella mucho tiempo, conozco más que nadie este lugar y puedo decir
con seguridad que es magnifico. Como en cualquier otro pueblo chico no hay
secretos aquí, todo se sabe. Se podría decir que es un lugar de secretos que
todos conocen, aunque en realidad, a veces no se sabe que es cierto y que no.
Las señoras de aquí, incluyendo a mi madre, parecen no tener otra cosa más que
hablar de lo que le sucede al resto. Sin embargo hay cosas de las cuales nunca
se hablo porque en realidad nunca se supieron, todo tipo de cosas que
casualmente son las de mayor importancia. En mi adolescencia yo fui testigo de
una de ellas. Cuando el reconquista aun era navegable.
En ese entonces yo vivía con mi
numerosa familia, como todas las de aquí, familia cristiana y según mi madre de
mucha clase. Como ya dije, ella era una más de las que se pasaban el día
hablando con las otras señoras. Si no era a la salida de misa era a la hora del
té en la casa de alguna o en el club. Mi padre era corredor de regatas y muchas
veces íbamos a verlo al club, aun hoy creo que las regatas eran más importantes
para él que su propia familia. Yo era el anteúltimo de mis siete hermanos, y la última es mi hermanita Luli dos años más
chica, éramos cuatro varones y cuatro mujeres. Por desgracia era a mi a quien
le tocaba usar los calzones del resto.
Después estaba mi otro hermano que no
era de sangre sino de emociones, Santiago, mi mejor amigo asta el día de hoy;
Pasábamos todo el día juntos. El vivía solo con su madre viuda; que a pesar de
serlo, por las noches no lloraba ni se sentía sola; y su criada, que era quien
realmente le había cambiado los pañales a Santiago cuando era chico .En ese
entonces paras mi su casa era el paraíso, podíamos hacer lo que quisiéramos sin
que nadie nos dijera nada. Por aquella razón era que a mama no le gustaba que
fuera y menos a dormir.
Había una gran cantidad de cosas
divertidas para hacer en Bella Vista en aquel tiempo. A veces íbamos al bosque
y nos quedábamos allí asta que anochecía. Casi siempre íbamos con el resto de
los chicos , Juan y Franco eran los que más nos acompañaban porque a ellos le
encantaba el bosque; pero Miguel era el que menos iba, siempre encontraba
alguna excusa para quedarse en su casa. Recuerdo que en vacaciones podíamos
pasar el día entero allí entre los árboles, a veces hasta nos llevábamos el
almuerzo para comerlo allá . Nunca voy a olvidarme de aquella vez en que Santi
busco un sapo y se lo metió en la remera a Franco que se había quedado dormido
junto a un árbol, la cara de susto que puso al despertarse fue motivo de risas
para más de medio año. También recuerdo que siempre nos pasaba lo mismo, íbamos
todos juntos y volvíamos separados; era inevitable perderse en la inmensidad
del bosque.
Otro lugar en el cual también pasábamos
gran parte de nuestro tiempo era el río, especialmente en verano cuando el
calor solo se podía aguantar allí. Pero lo malo del río era que siempre había
mucha más gente que en el bosque, especialmente cerca del club de regatas
También iba con mi familia los domingos a acompañar a mi padre, pero lo mejor
era cuando íbamos con Santi de noche cuando ya todos dormían. Cuando oscurecía,
antes de despedirnos y volver a nuestras
casas quedábamos en encontrarnos en algún lugar para luego ir al río, dejábamos
la ropa en la orilla y nos tirábamos a nadar sin importar cuan fría estaba el
agua ; solo en invierno y haciendo un gran esfuerzo nos mojábamos nada más que
los pies.
Casi nunca me descubrían, pero cuando
lo hacían me daban un castigo como para recordarlo hasta el día de hoy; sin
embargo valía la pena seguir escapándome. Nada me importaba, recuerdo una vez
en que me dejaron sin comer el día entero pero ni eso alcanzó para
escarmentarse.
Otro gran reto lo recibí cuando nos
fuimos con Santi caminando hasta la ciudad de San Miguel. El había escuchado
que en la plaza frente a la catedral había una feria artesanal, y que allí
siempre había gente y cosas para hacer. Fue una gran desilusión. Todo el pueblo
nos estaba buscando , nunca vi a mi madre tan preocupada como aquel día ;
preocupación que luego se convirtió en enojo y desembocó en una gran
penitencia. En ese entonces envidiaba a Santiago, nunca lo retaban por nada.
De más está decir que éramos chicos
argentinos, y como tales pasamos nuestra juventud junto a una pelota de fútbol.
Incontables son los partidos que jugamos en aquella canchita de tierra y arcos
de madera que tan nuestra era. Entre nosotros o contra otro colegio, con pelota
de cuero o con la chapita de alguna gaseosa; siempre había lugar para el
fútbol. Definitivamente, Santi era el mejor de nosotros y esto fue causa de mi
envidia, de las pocas veces que peleábamos la mayoría era por un penal mal
cobrado, un gol en contra, o algo relacionado con el fútbol.
A medida que pasó el tiempo, las
caminatas se fueron haciendo cada vez más cortas y las charlas a la sombra de
algún árbol se hicieron más largas. Por lo general íbamos a los árboles de la
calle Francia, por donde veíamos pasar el viejo tren. Siempre hablábamos de
nuestros problemas, los cuales con el tiempo se fueron haciendo más complejos.
En ese momento lo único que nos preocupaba eran las chicas, los amigos, el colegio
y otras cosas de chicos; y sobre eso por lo general se basaban nuestras
charlas. En realidad no era que nos juntábamos a hablar, sino que siempre la
conversación llegaba sola. Aprovechábamos también esos momentos para fumar sin
que nadie nos viera.
Me
acuerdo que una vez a Santiago se le ocurrió que teníamos que tener alguna
especie de amuleto compartido, siempre se le ocurrían aquellas cosas. Sin
embargo por más ridículas que me parecían siempre le seguía el juego. Me
acuerdo que agarró dos piedras, que según él eran idénticas, y luego las
convirtió en colgantes con un hilo. Otra de esas ocurrencias que tenia Santiago
era que cada vez que encontraba un lugar que nos gustara lo bautizaba como
nuestro. Seguramente era alguna forma inconsciente para marcar el territorio o
algo parecido.
Pero todo esto no tiene importancia, o al
menos solo la tiene para mi melancolía. Lo que si merece ser contado es lo que
ocurrió aquella calurosa noche de Febrero. Como siempre lo hacíamos, acordamos
un lugar para encontrarnos una vez que todos durmieran, para luego partir hacia
el río con la luna como única compañera. Era el día ideal para hacerlo, hacia
calor y estábamos más despiertos que nunca; pero en el camino me di cuenta de
que a Santiago algo le pasaba. Lo notaba diferente; como si tuviera ganas de
contarme algo pero no se animara. Finalmente, cuando llegamos a la orilla del
río, soltó la pesada carga que llevaba encima liberando así su pena. Hacia
tiempo que su madre pensaba en irse del pueblo, según Santi ella quería conocer
gente nueva, se había cansado de conocer a todo el mundo y de que todos la
conocieran. A partir de ese momento la noche fue otra.
Por unos minutos nos quedamos en silencio
mientras nos acercamos al agua para luego sentarnos. Ambos pensábamos que
aquella iba a ser la ultima noche en la cual estuviéramos juntos en el río,
pero nunca pensamos que sería por otra razón. Allí sentados nos quedamos
hablando y terminamos acordándonos de los viejos tiempos, nuestros líos,
nuestras aventuras, cada partido de fútbol, cada chiste.
Mientras se sacaba la remera, Santi me
dijo que hubiese querido vivir toda su vida en Bella Vista y envejecer rodeado
de la gente que quería. Cuando terminé de pensar en lo que había dicho, el ya
se había tirado al agua de bomba como, solía hacerlo. Inmediatamente empecé a
desatar mis zapatillas para acompañarlo. Creo que nunca estuvimos en el agua
tanto tiempo, ninguno de los dos quería salir y comenzar el camino de regreso
porque sabíamos que seguramente esta sería la última vez. Recuerdo que salí y
me senté en la orilla con los pies en el agua , el se quedó adentro mirando el
cielo. En ese momento fue cuando ocurrió todo, la visita de alguien muy
especial y de la cual solo nosotros dos fuimos testigos.
La suave brisa que corría se detuvo de
golpe y el río se transformó en un gran espejo en donde Santiago y la luna se
reflejaban. Todo pasó tan lento que cada detalle quedo grabado en mi memoria. De pronto una mujer apareció del
otro lado del río, ambos la vimos e inmediatamente cruzamos las miradas para
confirmar que aquello que estaba en frente nuestro no era producto de nuestra
imaginación; después no volvimos a sacar los ojos de aquella mujer. Vestía con
un manto negro y su piel y su cabello eran blancos como la luna que la
alumbraba, era hermosa, era diferente. Al mirarla sentía una extraña sensación
de paz y al mismo tiempo sentía temor.
Caminó hacia el agua y sobre ella
siguió avanzando muy lentamente, como si su cuerpo no tuviera peso. Iba decididamente
hacia donde se encontraba Santiago, y el mismo destino tenía su mirada. Sus
ojos no se despegaban de los de él. Yo seguía allí sentado en la orilla
totalmente paralizado, mirando impactado lo que hacía la mujer que, juro, era
la belleza en persona.
Al llegar frente a mi
amigo frenó; y en ese instante él se levantó del agua como si mágicamente
perdiera peso, al igual que ella ,hasta quedar afuera de la cintura para
arriba. Sus miradas formaban un túnel infinito que iba mucho más allá de sus
ojos. Después ella levantó su pálida mano y acarició la cara de Santi, quien la
miraba hipnotizado por su encanto. Ella giró su cabeza, me miró sonriendo con
expresión de alegría; luego volvió a mirar a Santiago, y en ese instante, el se
hundió en el agua como una pesada piedra. Nunca más lo volví a ver.
Me quedé solo allí sentado sin saber en
que pensar, hasta que finalmente solté una lágrima. Era extraño, sentí tristeza
pero sabía que no había razón para tenerla; sentía calma, como si aquello
hubiese tenido que pasar; y sentía miedo como cualquiera que se encuentra
frente a algo nuevo. Lamentablemente ya no había nada que hacer. Agarré su
ropa, junto con el colgante que él había dejado arriba de ella, y volví a casa.
Al día siguiente fui al árbol de la avenida Francia en el cual siempre nos
juntábamos a hablar, hice un pequeño pozo y enterré allí los dos colgantes que
saqué del bolsillo. En ese momento comprendí que aquel sería el lugar al cual
iría cuando quisiera hablar con el; como siempre lo hacíamos. Esa
misma tarde todo el pueblo empezó a preguntarse por él, pensaron que se había
escapado. Su madre era la que menos preocupada parecía estar, era como si no le
hubiese importado. Al día siguiente armo su bolso y se fue del lugar para nunca
más volver.
Yo nunca hablé con nadie sobre lo que
en verdad pasó aquel día hasta hoy, de todos modos quien iba a creerlo. Sin
embargo cada día pienso en ello.
A lo largo de toda mi
vida traté de representar y traer de vuelta la imagen de aquella mujer en vano,
parte de mi quería profundamente volver
a verla. Aprendí sobre artes plásticas para poder pintar las suaves
curvas de su rostro sin tener éxito; estudié música para recrear la calma de su
mirada, pero me fue imposible; me hundí en lo más profundo de la poesía para
describir sus ojos, pero nuevamente fracasé. Nada hasta ahora se compara con
semejante hermosura.
No creo que ella vuelva a pisar el pueblo
otra vez, ni tampoco que lo haya pisado antes. De todos modos, mis canas y mis
arrugas me dicen que cada vez falta menos para que nos reunamos ypueda
nuevamente verla frente a mi, y para que vuelva a ver a Santiago y podamos
escaparnos juntos otra vez. Es raro pero no la culpo por habérselo llevado tan
rápido, seguramente debe haber tenido sus razones.
Año 2005, Bella Vista.
Tirado bajo un árbol
del boulevard de la avenida Francia, un joven muchacho tomaba los últimos
tragos que quedaban de una botella de vodka intentando olvidar sus
problemas. Luego arrojó
la botella vacía hacia las vías del tren sin que ésta llegue a chocar con los
duros rieles. El ya no pensaba en nada, su organismo ya no se lo permitía.
Cuando jugaba sin darse cuenta con la tierra sobre la cual se encontraba,
encontró en ella un colgante con una piedra. Siguió jugando y encontró otro
igual al anterior. Fue en ese mismo momento cuando a pesar del mareo pudo ver
la figura de una mujer que se acercaba a el por el medio del boulevard; era una
mujer hermosa, que vestía con un manto negro. Se paró junto a él y extendió su
mano pidiéndole los colgantes, “esto es mío” le dijo al mismo tiempo que se los
quitaba de la mano. Luego se despidió: “cierra los ojos y descansa que te hará
bien, necesitas un poco de paz”.
Entre los árboles de
la avenida Francia, en esa negra noche, aquella hermosa mujer de cabello blanco
caminó y se perdió en la oscuridad, con un colgante en su cuello; con una
piedra de Bella Vista.
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